Hace pocos días el Papa decía en una homilía que "la aprobación de las opiniones dominantes no es el criterio al que nos sometemos. El criterio es él mismo: el Señor.", esto se aplica también, lógicamente, al las nulidades matrimoniales donde con frecuencia tenemos que nadar contra corriente y tomar decisiones muy políticamente incorrectas.
El caso más flagrante fue la negativa del papa Clemente VII a conceder la nulidad matrimonial al rey de Inglaterra Enrique VIII con la española Catalina de Aragón en 1527 que provocó grandísimas tensiones que desembocaron en la ruptura del rey -y con él casi todo el país- con la Iglesia Católica para fundar una Iglesia en la que él se declaraba cabeza de la misma, la Iglesia Anglicana, y por tanto con potestad para declarar la nulidad de su propio matrimonio y casarse así con la ya embarazada Ana Bolena.
Intereses políticos al margen -que los había por todos los bandos- el hecho es que le matrimonio no es nulo por la esterilidad de una de las partes -la auténtica razón por la que el Rey buscaba otra mujer-, y la indisolubilidad de un matrimonio rato, es decir, entre bautizados cuando éste se ha consumado es absoluta, ni el Papa, ni el rey de ningún estado pueden cambiar eso, aunque resulte muy doloroso porque, como decía el Papa el día 6 de enero de 2013, "la aprobación de las opiniones dominantes no es el criterio al que nos sometemos. El criterio es él mismo: el Señor."
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